Saturday, July 22, 2017

Con tu todo y mi nada...

Notas para una homilía, el domingo decimosexto
del tiempo ordinario, ciclo A
Mateo 13, 24-43

“Con tu todo y mi nada, 
haremos mucho, Señor”. 
Así escribió Monseñor Romero unos pocos días antes de su ordenación sacerdotal.

En mis diez años acá en Honduras, he visto como muchos desprecian a los pobres, llamándoles a veces “gente del monte”, "indios". Algunos piensan que los que no son cultos, que no han estudiado hasta la universidad no vale nada, que los que no tienen pisto no importan.

Pero, Jesús piensa en otra manera.

Hoy Jesús nos da dos parábolas que puede ayudarnos entender el Reino de Dios – y nuestro papel en el Reino, especialmente el papel de los pequeños.

El Reino de Dios es como un grano de mostaza, es como la levadura que hace crecer el pan.

El grano de mostaza es la semilla más pequeña. Es casi nada – insignificante y débil. Pero puede crecer hasta llegar a ser un arbusto grande donde los pajaritos pueden descansar.

El Reino de Dios no comienza con trompetas y que el poder de los grandes. El Reino comienza entre los pequeños, entre los pobres – en la vida cotidiana sencilla de los seguidores de Cristo. Jesús nos muestra cómo llega el Reino -  pasando las calles de Galilea, un rincón del imperio romano, el lugar de los desposeídos. Jesús caminaba con ellos. Tocaba y sanaba a los enfermos. Daba a comer a los hambrientos. Predicaba a todos, buscando a las ovejas perdidos, los marginalizados. Ni con la fuerza, ni la violencia – sino con el amor. En su sencillez nos hace presente el Reino de Dios y nos da las indicaciones como podemos participar en este Reino.

No importa si no tenemos títulos; no importa si no tenemos mucho pisto; no importa si no tenemos poder económico o político. ¿Que importa? El amor que mostramos al Dios a al prójimo.

“El proyecto del Padre tiene unos comienzos muy humildes, pero su fuerza transformadora no la podemos ahora ni imaginar”.

Aunque somos chiquitos granos de mostazas, con Dios y con nuestro nada, haremos mucho.

También, para Jesús el Reino de Dios es como la levadura.

La levadura hace crecer la masa escondida. Nadie puede verla. “Pero la levadura transforma la masa por entero. No importa si nadie nos ve o si trabajamos en secreto. Dios sabe y la masa crece desde dentro. Dios nos transforma. “Dios no se impone desde fuera, sino que transforma a las personas desde dentro”.

EL Reino de Dios está creciendo, aunque no podemos verlo.

Pero, hay algo extraño en este parábola de Jesús. Dice que la mujer esconde la levadura en tres medidas de harina de trigo

Tres medidas de harina es cuarenta kilos – suficiente para hacer cincuenta dos panes del tamaño de pan molde. La mujer no está haciendo pan solamente para la familia. Está preparando para un banquete. El Reino de Dios es un banquete donde todos pueden comer. El Reino es un lugar de abundancia, no de la escasez. El banquete del Señor es para todos.

Aunque no es visible el Reino de Dios, escondido en nuestras comunidades y familias, está presente.

Pero, el Reino de Dios es un don de Dios – pero también es un reto, un desafío. Como escribió Padre José Antonio Pagola, “Según Jesús, el reino de Dios es una oportunidad que nadie ha de dejar pasar”.

Entonces, “¿Dónde está germinando el «grano de mostaza»? ¿En qué consiste esa fuerza salvadora de Dios que está ya transformando secretamente la vida?”.

Recuerda la oración del joven Oscar Romero,

“¡Este año haré la gran entrega a Dios! Dios mío ayúdame, prepárame. Tú eres todo, yo no soy nada, y sin embargo, tu amor quiere que yo sea mucho. ¡Con tu todo y mi nada haremos ese mucho!”.

¿Qué van a ofrecer a Dios para el Reino? ¿Que nada vamos a ofrecer?

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 Citas son del Padre Juan Antonio Pagola: acá.

El pendón (banner) se encuentra en la iglesia sede de la parroquia de Dulce Nombre de María, Dulce Nombre de Copán, Honduras.

Saturday, July 8, 2017

Un corazón del consuelo y paz

Palabras de consuelo y paz 

Notas para una homilía el Decimocuarto Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
9 de julio de 2017
Zacarías 9, 9-10
Romanos 8, 9.11-13
Mateo 11, 25-30


“Vengan a mí todos los fatigados y agotados”. 

Son palabras de consuelo, de compasión, que muchos quieren escuchar, como algunas personas que he encontrado en las últimas semanas:
Una jovencita postrada en cama por años, un ancianito con cáncer, unos padres preocupados por sus hijos migrando hasta los Estados, una madre tratando de hacer una cita médica para su hijo de doce años sufriendo por inflamación de las amígdalas.

Para muchos, Jesús ofrece estas palabras.

Pero, son palabras de consuelo para naciones y pueblos, especialmente pueblos que experimentan opresión y guerra.

El pueblo judío en el tiempo de Zacarías vivía un tiempo precaria cuando el pueblo estaba regresando a Jerusalén, una ciudad abandonada. Tenía sueños de restauración, aunque no tenía nada.  El profeta les ofrece una palabra de victoria, pero en una manera diferente, no con los caballos de reyes o las armas de los ejércitos. Les da una visión de una victoria de los pobres y desamparados de la tierra, una visión de una victoria no-violenta:

…mira a tu rey que está llegando
justo y victorioso,
humilde y montado en un burrito…
Destruirá los carros de Efraín
y los caballos de Jerusalén;
destruirá los arcos de guerra
proclamará la paz a las naciones;

Este mensaje puede dar consuelo a la gente sufriendo guerra en Siria, en la República de África Central, en  Somalia y Sudan y también en los lugares donde no se respetan los derechos humanos y los ricos oprimen a los pobres con la fuerza de armas. Dios da consuelo con la promesa de un Reino de Paz.

También, las palabras de Jesús ofrece consuelo a los que están oprimidos por una religión de leyes y reglas, que marginaliza a los que piensan o creen diferente.

En el tiempo de Jesús, el pueblo se sentía cargados y oprimidos por todas las reglamentos religiosos, que pusieron diezmos en todos, que buscaron una religión de la pureza. La ley no era una herramienta para llevarnos a Dios, sino una carga para prevenir entrar a los impuros.

Jesús ofrece un Dios que es manso y humilde de corazón, un Dios que solidarice con los pobres y marginados.

Pero, Jesús nos invita a tomar su yugo. Pero su yugo es suave, es una carga ligera.

¿Por qué?

Jesús no es un Dios que impone una carga pesada. Él mismo ha asumido la carga – encarnándose en las vidas de un pueblo oprimido y quedándose con nosotros en nuestras fatigas y penas.

Pero, este mensaje de un Dios solidario, encarnado en la realidad de los pobres, no está aceptable por muchos – por los sabios y entendidos de todos los tiempos, por los opresores y acaparadores.

Sin embargo, es el mensaje que Jesús nos da – las buenas noticias reveladas a la gente sencilla.


Dame, Señor, un corazón como lo tuyo: manso y humilde, compasivo y solidario.