Hoy celebramos la fiesta en la pequeña iglesia de San Pedro en un barrio de Dulce Nombre de Copán.
Después de proclamar el evangelio, yo expliqué la vida de San Lorenzo y su pastoral diaconal - sirviendo en la mesa del altar y distribuyendo las limosnas a los pobres de Roma. Para él, los pobres son el tesoro de la Iglesia.
Para la Misa, me vestí por primera vez, con la estola roja con la imagen de Monseñor Romero que confeccionaron las Hermanas Clarissas de El Salvador.
Recordando que Monseñor Romero proclamó el mismo evangelio la noche cuando fue martirizado celebrando la Misa en la capilla del Hospital Divina Providencia, leí una parte de su corta homilía:
Acaban de escuchar el Evangelio de Cristo: que es necesario no amarse tanto a sí mismo que se cuide uno para no meterse en los riesgos, en la vida que la historia nos exige. El que quiera apartarse del peligro perderá su vida; en cambio, aquel que se entrega, por amor a Cristo, al servicio de los demás, este vivirá como el granito de trigo que muere, pero aparentemente muere. Si no muriera, se quedaría solo. Si da cosecha es porque muere, se deja inmolar en la tierra, deshacerse, y solo deshaciéndose produce la cosecha.
Ruego al San Lorenzo y al Beato Monseñor Oscar Romero para que pueda yo vivir como testigo del Reino, dejándome morir en Cristo - para que el Pueblo de Dios pueda vivir en amor y paz.