Para preparar a celebrar San Lorenz, diácono y mártir, el 10 de agosto, voy a escribir una novena de reflexiones acerca del diaconado.
Nunca quise ser diácono permanente.
Cuando era joven, quise ser un sacerdote franciscano. En mis estudios posgraduados, quise ser un catedrático. Pero nunca llegué a ser un sacerdote franciscano profesado y nunca dio clases en la universidad como catedrático tiempo completo.
Pero, nunca quise ser diácono; no fue ni plan de vida. Sin embargo, soy un diácono.
En el mes de octubre de 2014, en una cena en Dulce Nombre con nuestro párroco, Padre German Navarro, y Monseñor Darwin Andino, el obispo me pidió considerar el diaconado permanente. Padre German me había preguntado lo mismo hace varios meses, pero por su cara me dijo que no había platicado con Monseñor acerca del diaconado.
Le expliqué al obispo que tenía varias inquietudes y no me sentí llamado al diaconado. Después de la cena, el me urgió tomar en serio su propuesta. Le dije “si” y comencé a discernir.
Leí muchos libros y artículos; les escribí muchos amigos, incluyendo un amigo que había estado director de la oficina del diaconado permanente en su arquidiócesis en los años ochenta; platiqué con amigos y amigas acá en Honduras, pidiendo su ayudo en el proceso de discernimiento; cuando fui a visitar los Estados Unidos, platiqué con amigos allá.
No quise ser ordenado diácono. Resistí. Pero, Dios siguió llamando me durante los meses de discernimiento.
Resistiendo llamados ha estado parte de toda mi vida. Si hubiera tenido mi propia voluntad, nunca me habría salido de mis estudios posgraduados para trabajar casi 24 años en la pastoral universitaria y pastoral social en la iglesia Santo Tomas de Aquino en Ames, Iowa. También, si no hubiera ido con universitarios para ayudar en Nueva Orleans después del huracán Katrina, no habría venido a Honduras.
En su manera, Dios rompió mis resistencias. Creo que este sucede con muchos.
Discerniendo el diaconado permanente, reconocía que mi vida hasta ese tiempo de mi ordenación había estado una preparación para el diaconado. Dios nos llama donde estamos y como somos.
Cuando discernía ir a Honduras, mi directora espiritual me preguntó “¿Por qué?” Sin dudar de un momento, le dije “para servir a los más necesitados”.
No me necesité para un momento para pensar como responder. Buscando servir a los más necesitados fue mi identidad, o, a lo menos, lo que mi vida desde mi niñez me había preparado a llegar a ser.
Ahora, pensando de mi vocación, me di a cuenta que Dios nos llama a ir más allá de mis límites auto-impuestos para responder de lo profundo de lo que soy y de lo que a quién había estado preparado a ser.
No quise ser diácono – pero, Dios, con mi familia, mis profesores, mis amigos y amigas, me había preparado a decir “si”.
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