Adviento primer domingo ciclo B
Isaías 63,16b-17.19b;64,2b-7; 1 Corintios 1, 3-9; Marcos 13, 33-37
Hemos vivido un año difícil. En marzo, cayó sobre nosotros el COVID-19. Hace
poco, nos golpearon dos huracanes. Para proteger nosotros y a nuestros hermanos,
tuvimos que aislarnos, quedando en casa, en cuarentena, para prevenir – o a lo
menos, disminuir – el contagio por el virus. Ha estado difícil. No pudimos
reunirnos con familiares, ni en las celebraciones de nuestra fe. Todavía tenemos
que mantener la precaución. Pero, los dos huracanes nos golpearon. Muchas
personas han perdido sus casas. Hasta la semana pasada, la mayoría del daño fue
en la costa Atlántica. La Lima, Cortes, se convirtió en un lago. Miles tuvieron
que salir para salvarse. Pero, hace poco hemos visto los efectos del huracán
Iota muy cerca. Puentes destruidos, aldeas, como La Reina, Protección, Santa
Bárbara, destruidas por derrumbes. Muchas comunidades de la parroquia están
aisladas, sin acceso. Hay fincas y casas destruidas. Hay muchas casas en
peligro. Es posible que muchas personas tengan que salir de sus hogares,
colonias y caseríos, buscando nuevos lugares, construyendo nuevas casa y aun
nuevos barrios Pero, en medio de toda la destrucción, de toda la ansiedad y
sufrimiento, celebramos el tiempo de Adviento, un tiempo de esperanza. Dios nos
ofrece la esperanza. No un optimismo, no un sentimiento que todo salga bien sino
la confianza que Dios camina con nosotros en medio de la oscuridad. La esperanza
se realiza con fe confianza en la presencia de Dios con nosotros. No somos el
pueblo de Israel en la primera lectura que dice a Dios: “Ojalá rasgaras los
cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia.” Ya tenemos la
confianza que el Señor ya ha rasgado los cielos y has bajado a vivir con
nosotros – en Cristo Jesús. La esperanza, también, nos mueva a la conversión de
nuestros corazones y de nuestras comunidades. “Estabas airado porque nosotros
pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos éramos impuros y nuestra justicia
era como trapo asqueroso”. Nuestras vidas, nuestras comunidades, nuestro país
faltan mucho – especialmente el reconocimiento de la presencia de Dios con
nosotros y los rostros oscuros de Dios en los necesitados. También, la esperanza
nos lleva al compromiso. No nos quedamos, sentados en nuestras casas, contando
con la ayuda de Dios. No, con la ayuda de Dios, salimos de nosotros, de nuestras
comodidades, de nuestra pereza y indiferencia. Como el profeta nos dice: “Tú
sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista
tus mandamientos”. Para hacer personas de esperanza debemos estar alertos,
despiertos, para reconocer Dios en nuestras vidas. Esta esperanza no es
solamente de la esperanza del cielo o de el último juicio. Cristo vino – si, en
Jesús de Nazaret. Cristo vendrá. Cristo viene – en cada momento de nuestras
vidas. ¿Estamos alertos? o ¿estamos distraídos por las luces de los mercados,
por las promesas de los políticos, por las diversiones de las medias de
comunicación? En este tiempo de Adviento, Dios nos llama a reconocer su
presencia entre nosotros – en las penas y las alegrías, en las tormentas y en
las celebraciones. Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el
momento. ¡Permanezcan alertas! Cristo viene y se hizo carne entre nosotros.