Sunday, November 29, 2020

La esperanza

Adviento primer domingo ciclo B 
Isaías 63,16b-17.19b;64,2b-7; 1 Corintios 1, 3-9; Marcos 13, 33-37
Hemos vivido un año difícil. En marzo, cayó sobre nosotros el COVID-19. Hace poco, nos golpearon dos huracanes. Para proteger nosotros y a nuestros hermanos, tuvimos que aislarnos, quedando en casa, en cuarentena, para prevenir – o a lo menos, disminuir – el contagio por el virus. Ha estado difícil. No pudimos reunirnos con familiares, ni en las celebraciones de nuestra fe. Todavía tenemos que mantener la precaución. Pero, los dos huracanes nos golpearon. Muchas personas han perdido sus casas. Hasta la semana pasada, la mayoría del daño fue en la costa Atlántica. La Lima, Cortes, se convirtió en un lago. Miles tuvieron que salir para salvarse. Pero, hace poco hemos visto los efectos del huracán Iota muy cerca. Puentes destruidos, aldeas, como La Reina, Protección, Santa Bárbara, destruidas por derrumbes. Muchas comunidades de la parroquia están aisladas, sin acceso. Hay fincas y casas destruidas. Hay muchas casas en peligro. Es posible que muchas personas tengan que salir de sus hogares, colonias y caseríos, buscando nuevos lugares, construyendo nuevas casa y aun nuevos barrios Pero, en medio de toda la destrucción, de toda la ansiedad y sufrimiento, celebramos el tiempo de Adviento, un tiempo de esperanza. Dios nos ofrece la esperanza. No un optimismo, no un sentimiento que todo salga bien sino la confianza que Dios camina con nosotros en medio de la oscuridad. La esperanza se realiza con fe confianza en la presencia de Dios con nosotros. No somos el pueblo de Israel en la primera lectura que dice a Dios: “Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia.” Ya tenemos la confianza que el Señor ya ha rasgado los cielos y has bajado a vivir con nosotros – en Cristo Jesús. La esperanza, también, nos mueva a la conversión de nuestros corazones y de nuestras comunidades. “Estabas airado porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos éramos impuros y nuestra justicia era como trapo asqueroso”. Nuestras vidas, nuestras comunidades, nuestro país faltan mucho – especialmente el reconocimiento de la presencia de Dios con nosotros y los rostros oscuros de Dios en los necesitados. También, la esperanza nos lleva al compromiso. No nos quedamos, sentados en nuestras casas, contando con la ayuda de Dios. No, con la ayuda de Dios, salimos de nosotros, de nuestras comodidades, de nuestra pereza y indiferencia. Como el profeta nos dice: “Tú sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista tus mandamientos”. Para hacer personas de esperanza debemos estar alertos, despiertos, para reconocer Dios en nuestras vidas. Esta esperanza no es solamente de la esperanza del cielo o de el último juicio. Cristo vino – si, en Jesús de Nazaret. Cristo vendrá. Cristo viene – en cada momento de nuestras vidas. ¿Estamos alertos? o ¿estamos distraídos por las luces de los mercados, por las promesas de los políticos, por las diversiones de las medias de comunicación? En este tiempo de Adviento, Dios nos llama a reconocer su presencia entre nosotros – en las penas y las alegrías, en las tormentas y en las celebraciones. Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento. ¡Permanezcan alertas! Cristo viene y se hizo carne entre nosotros.

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