Saturday, June 30, 2018

LA SANACIÓN INTEGRAL


¿Dónde podrá encontrar la salud que necesita para vivir con dignidad?
José Antonio Pagola

Notas para mi homilía
Decimotercero domingo del tiempo ordinario
Sabiduría 1, 13-15;2, 23-24; 2 Corintios 8, 7.9.13-15; Marcos 5, 21-43

“Dios no hizo la muerte, ni goza en la destrucción de los vivientes”, proclama la Palabra de Dios (Sabiduría 1, 13). Porque, nuestro Dios no es un Dios de la muerte, sino un Dios de la vida. Como dijo Jesús, “Vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (juan 10,10)

Pero hay mucho que viven, medio-vivos, aislados, aplastados, marginados. 

En el evangelio de hoy, encontramos una de ellos – la mujer que “padecía flujo de sangre desde hace doce años” (Marcos 5, 25).
“[Esta] mujer padece una enfermedad que en las categorías de la época significaba impureza; había, además, gastado todo lo que tenía en su deseo de curarse…. [Ella fue] marginada por ser mujer, estar enferma y ser pobre…” (Gustavo Gutiérrez)

En una sociedad machista, la mujer no vale nada. Aun peor, si es pobre. Y, si padece una hemorragia, es impura. Y todos que la tocan se contaminan con su impureza.

 ¿Cuántos marginados hay entre nosotros? Y es fácil tildarlos pecadores – los alcohólicos, los drogadictos, los pandilleros, las prostitutas,  las madres solteras y más.

En los Estados Unidos algunos políticos están tildándoles a los migrantes “enemigos”, “criminales”, “animales” y aún peor.

En esta manera, no respetan su dignidad como hijas e hijos de Dios, hechos en su imagen y semejanza.

Pero, mira lo que pasa en el evangelio.

La mujer tenía pena, por su condición. Pensaba que no pudiera pedirle a Jesús la sanación, cara a cara, como hizo Jairo, el jefe de la sinagoga. No. Pero sentía que había un poder, una fuente de vida en este hombre que se llama Jesús. Y decidió arriesgarse y “por detrás le tocó el manto”(Marcos 5, 27)

Jesús dio cuenta que algo había pasado. “¿Quién me toco?’

Como explica Gustavo Gutiérrez:
Jesús sabe lo que hace, da a la mujer la oportunidad de salir del anonimato al que la habían confinado la marginación y el desprecio que sufría.

La curación del flujo de sangre es solamente el primer paso de su sanación completa. Jesús quiere reintegrarla en la sociedad, como una mujer de valor. Y, más que todo, Jesús valora su fe y su valentía; él quiere reconocerla como una mujer de fe, de confianza en el poder de Dios, un ejemplo para todos nosotros.

En los evangelios los milagros casi siempre son más que la restauración de la salud corporal. Jesús quiere que la persona tiene vida, en abundancia, reincorporada en la comunidad. Ahora, sanados,  no son marginados, no son despreciados. Son parte de la comunidad, de la familia.

Son familiares porque Jesús se hizo uno con nosotros. Como San Pablo escribió en la segunda lectura:
“Bien saben lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieron ricos con su pobreza” (2 Corintios 8, 9)

El sufre con nosotros para sanarnos – completamente, restaurando la salud corporal, la salud espiritual y la salud social.

Y ¿nosotros? Que podemos hacer?

Como Pablo escribió a los corintios:
“¡que la abundancia de ustedes remedie por ahora la escasez de ellos[-los que sufren necesidad]!” (2 Corintios 8, 14)

Hay personas marginadas y despreciadas entre nosotros.  ¿Qué estamos haciendo?

No es solamente darle algo. Hagan amigos con los pobres, los marginados (Romanos 12, 16). Acójanlos. Acompáñenlos.

Haciéndonos amigos con los marginados, podemos mostrar que somos hijas e hijos de Dios, queriendo aportarle a Jesús en el Reino donde hay justicia, amor y solidaridad.

En esta manera, seguimos el ejemplo, el camino de Jesús – acogiendo y reconociendo a los marginados. Entonces ellos pueden encontrar en el Pueblo de Dios, la Iglesia, la salud integral que todos necesitamos - llenos de fe.



* Gustavo Gutiérrez, Compartir la Palabra,  p. 248

La imagen, Jesús sanando a la mujer con hemorragia, encontrada en Wikipedia, de las catacumbas romanas

Friday, June 29, 2018

Santos Pedro y Pablo


Santidad ayer y hoy
Notas para una homilía.
Hechos 12, 1-11; 2 Timoteo 4, 6-8. 17-18; Mateo 16, 13-19

Hoy, el 29 de junio, la iglesia celebra la fiesta de los grandes apóstoles Pedro y Pablo, la piedra de la iglesia y el gran misionero, martirizados en la ciudad de Roma, centro del imperio romano.

Hay una tentación de ponerlos en un pedestal, muy arriba de nosotros, santos en los cielos. Pero Santos Pedro y Pablo fueron personas como nosotros. Equivocaron, pecaron, fallaron.

San Pedro en el evangelio de hoy se llama “la piedra”. Pero ¿qué tipo de piedra? Leyendo unos pocos versículos adelante, Pedro trata de convencerle a Jesús que el Mesías no debería morir, víctima de los poderes religiosos. Jesús lo reprendió, llamándole “satanás” – él que impide, el obstáculo – porque quiso prevenir la entrega hasta la muerte. También, Pedro lo negaron a Jesús en la casa del sumo sacerdote.

En los Hechos de los Apóstoles encontramos a San Pablo por primera vez en el martirio de San Esteban, aprobando el hecho. Sigue persiguiendo a los seguidores de Jesús. Después de su conversión los encontramos enojado con un discípulo y no lo permitió viajar consigo. Y, a veces, regaña a varias personas que lo abandonaron.

 Ni Pedro ni Pablo pudieron jactarse de una “santidad” perfecta o de hacerse santos por sus propias fuerzas.

Como Pablo escribió a Timoteo:
“Cuando todos me abandonaron, el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que , por mi medio, se proclamara claramente el mansaje de salvación…”
2 Tim 4, 17

La santidad es, en una manera, un regalo de Dios. Dios nos llama, nos da la gracia para responder y espera nuestra respuesta. No es algo reservado a los grandes santos.

Pero, Dios nos llama a la santidad en cada momento de nuestra vida. Como escribió el Papa Francisco en  Gaudete et Exsultate:

Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. (14)

Lo que es importante es la respuesta diaria a la voz de Dios.

No importa si fallamos – recuerda las vidas de Santos Pedro y Pablo. Recuerda la gracia que Dios nos ofrece en cada momento.
No te rindas. No pierdas la esperanza. No te desamines. Y, recuerda las palabras del Papa Francisco:

Cuando sientas la tentación de enredarte en tu debilidad, levanta los ojos al Crucificado y dile: “Señor, yo soy un pobrecillo, pero tú puedes realizar el milagro de hacerme un poco mejor”. (15)

Si, Dios hizo santos a Pedro y a Pablo. Y puede hacerlo mismo con nosotros.

Como dijo beato Carlos de Foucauld,
"Dios construye sobre la nada. Por su muerte que Jesús salvó al mundo; en la nada de los apóstoles, fundó su iglesia; por la santidad y en la nada de los medios humanos se gana el cielo y se propaga la fe. "

O como escribió beato Monseñor Romero,
“Dios mio, ayudame, prepárame. Tu eres todo, yo soy nada, y sin embargo tu amor quiere que yo sea mucho. Animo. Con tu todo y con mi nada haremos mucho”.