Séptimo domingo del tiempo ordinario, Ciclo !
Levítico 19, 1-2. 17-18; Salmo 102,1-13; 1 Corintios 3, 16-23; Mateo 5, 38-48
Borrado de una homilía
"Sean santos".
"Sean perfectos".
"Amen a sus enemigos".
"Hagan el bien a los que los odian".
"Rueguen por los que los persiguen".
¿No estás hablando en serio, Señor?
Si.
¿Porque ame a mi enemigo?
Dios es santo; Dios es perfecto.
Imposible.
En una sociedad sin justicia, con impunidad, alguien tiene que hacer la justicia. El gobierno no la hace.
¿Es justicia? o ¿es venganza?
Pero, los que matan merecen ser matados.
¿No saben que ellos también son templos de Dios?
Pero, son asesinos.
¿Has hablado mal de tu vecino o has estado enojado con él?
¿No recuerdas el evangelio del domingo pasado?
¿Estás sin pecado?
No, todos nosotros son pecadores. Pero, hemos recibido el don de perdón de Dios. No te olvides que Dios nos ha perdonado.
Aun en la cruz, Jesús, el hijo de Dios, dijo, “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.
Es fácil olvidar que Dios nos ha perdonado.
Nuestro Dios es un Dios de compasión, de misericordia, de perdón. Y nos llama a perdonar.
En la oración que Jesús nos enseñó, oremos “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Y en el evangelio de hoy, Jesús nos dice: “Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. En el evangelio de Lucas, Jesús dice: “Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes”. Yo pienso que la compasión es la perfección de Dios.
Pero, es difícil. No puedo perdonar.
Pero, no perdonar nos daña. La venganza, el deseo de dañar al otro, nos daña. Es como un cáncer.
Pero, no es posible acá.
Quiero asegurarle que es posible. Y lo he encontrado acá en nuestra parroquia.
Hace un poco más que un año un domingo fui a una aldea en otra parte de la parroquia. Como es mi costumbre, fui a visitar a los enfermos después de la celebración.
Visitando una mujer vieja ciega; platicamos un poquito y de repente ella comenzó a llorar. Me compartió la muerte violenta de un hijo hace cinco años. Después de rezando y dándole la Comunión, su nieto me contó el asesinato de su hermano hace ocho años por alguien en la aldea. Su padre, un delegado de la Palabra, y él había perdonado al asesino. Había un tipo de reconciliación entre el asesino y su padre, pero, no con él. Pero, él no guardaba ningún tipo de venganza o rencor contra el asesino o su familia. De hecho, iba a ir a inyectar (con medicina) a la madre del asesino de su hermano.
Él y su familia reconoció que la venganza, el rencor, no vale.
La violencia genera la violencia. Pero, esta familia dijo – La violencia se para aquí. Y les dijo porque recordaba la misericordia y perdón de Dios con ellos.
Pero, preferimos seguir con rencor y venganza.
No queremos dejar que Dios arranque la violencia de nuestras corazones.
No queremos quitarnos de las armas que son los instrumentos diabólicos de la muerte.
No queremos aceptar el perdón de Dios. No creemos en su misericordia.
Pero, Dios siempre nos busca – lleno de misericordia.