Saturday, September 12, 2020

Dulce Nombre de María, 12 de septiembre de 2020

 Notas para una homilía 
la fiesta patronal de la parroquia del Dulce Nombre de María, 
Dulce Nombre de Copán, Honduras

Miqueas 5,1-4; Lucas 1, 46-55; Gálatas 4, 4-7; Lucas 1, 39-47


Hoy celebramos el dulce nombre de María, Madre de Dios.

 

Algunos dicen que el nombre “María” – Miriam en hebreo – quiere decir “la estrella del mar”.

      Antes de GPS, los navegantes miraban las estrellas para guiarse en el mar.

María puede ser nuestro guía para la vida, no por sí misma –sino porque ella lleva dentro de sí misma la palabra.

 

¿Quién era? ¿Quién es?

 

Una mujer humilde, campesina, que vivía en una pequeña aldea, Nazaret: una mujer de Dios, dispuesta a decir “si” a Dios

 

María es  una mujer humilde – pero no penosa. Ella es consciente de su dignidad, que viene de Dios, “que ha mirado la humillación de su esclava”, que “puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

 

Hay algunos que dicen que el nombre “María” viene de la palabra hebrea que significa “rebeldía”. Me gusta esto. Porque María es una mujer que responde a la llamada de Dios y, por eso, nos presenta un modelo diferente, aun revolucionario, de cómo vivir como hijas e hijos de Dios.

 

Ella quiso vivir la dulzura, la ternura de Dios – nutrida del miel de Dios vivo y no de los endulzantes artificiales.

 

El Magnificat nos enseña lo que Dios hace:

      La misericordia de Dios “llega a sus fieles de generación en generación”

      Dios hace proezas y dispersa a los soberbios del corazón…

      Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes…

      Dios colma a los hambrientos de bienes y a los ricos los despide vacios.

 

Dios está con los humillados, con los sufriendo, con los marginalizados, con los que el mundo descarta. Es un Dios de los empobrecidos.

 

Aunque el mundo pone en alto a los poderosos, a los ricos, a los orgullosos, Dios quiere que todos vivan como hermanos y hermanas en el Reino de Dios.

 

El Magnificat nos enseña como debemos vivir – y podemos ver como María vive el Reino de Dios.

 

Mira la vida de María.

 

Joven, dijo sí al ángel Gabriel y entonces  Jesús “se encarnó de María la virgen y se hizo [carne]” como nosotros.

 

Pero, escuchando que su prima Isabel estaba embarazada, se fue “presurosa” para estar con ella – no pensó de sus necesidades como una joven embarazada, sino salió en búsqueda de su prima y viejita. Pensó de Isabel antes de sí misma.

 

María dio a luz en un establo, entre los animales – no en un palacio, no en un hospital de lujo.

 

María vio a su hijo, Jesús, saliendo de la casa y predicando algo nuevo, el Reino de Dios.

 

María acompaño a su hijo en el camino hasta la Cruz. Al pies de la Cruz, compartió el sufrimiento de su hijo.

 

María vio a Jesús resucitado. Sabía que la muerte no tiene la última palabra. Dios es un Dios de la vida, no de la muerte.

 

María nos muestra la ternura, la compasión, la justica de Dios – que se hizo carne en su vientre. Y ella nos desafía a vivir en una manera diferente – una manera rebelde, una manera de pensar de Dios y de los demás, especialmente a los más necesitados.

 

Nuestro Dios, Jesucristo, nacido de una virgen pobre, de un lugar despreciado; no es un Dios de poder, de dominación, de violencia, de riqueza.

 

Nuestro Dios es un Dios de la misericordia – que quiere que vivamos el amor, la misericordia y la justicia de Dios en nuestras vidas.


Para hacer un resumen del mensaje de la fiesta quiero compartir un poema de un obispo de Brasil, recientemente fallecido, Dom Pedro Casaldáliga:


Decir tu nombre, María

 

Decir tu nombre, María,

es decir que la Pobreza

compra los ojos de Dios.

 

Decir tu nombre, María,

es decir que la Promesa

sabe a leche de mujer.

 

Decir tu nombre, María,

es decir que nuestra carne

viste el silencio del Verbo.

 

Decir tu nombre, María,

es decir que el Reino viene

caminando con la Historia.

 

Decir tu nombre, María,

es decir junto a la Cruz

y en las llamas del Espíritu.

 

Decir tu nombre, María,

es decir que todo nombre

puede estar lleno de Gracia.

 

Decir tu nombre, María,

es decir que toda suerte

puede ser también Su Pascua.

 

Decir tu nombre, María,

es decirte toda Suya,

Causa de Nuestra Alegría

 






Friday, September 4, 2020

Una comunidad en búsqueda de la reconciliación

Los pasos de la paz

Notas para una homilía 
Domingo Vigésima tercera semana
tiempo ordinario ciclo A

Ezequiel 33,7-9

Romanos 13, 8-10

Mateo 18, 15-20

 

 

“Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.

 

Dios está aquí. Reunidos en él, nosotros, la iglesia, el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo – Él está presente.

 

Pero, tengo una pregunta: ¿Reflejamos la presencia de Cristo entre nosotros en nuestras comunidades, nuestras asambleas dominicales? ¿Cómo podemos mostrar que Dios está aquí?

 

Pablo, escribiendo a la iglesia en Roma, nota lo esencial: “no tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley”.

 

Per, somos humanos, somos pecadores; pecamos en contra de Dios y las otras personas –en muchas maneras. A veces no estamos una comunidad unida, sino gente divida. A veces hay personas que no responden a la llamada a la santidad.

 

¿Qué hacer en una situación de falta de concordia y unidad? ¿Cómo responder a la presencia del mal entre nosotros?

 

No queremos conflicto, aunque el conflicto es una parte normal de la vida. Usualmente escogemos una de dos opciones – huimos o peleamos.

 

A veces, callamos para evitar conflicto, pero evitando hacer algo puede hacer la situación peor.

 

A veces, nos separamos de las personas, pero el conflicto puede hacerse como una herida que pudre por no tratarlo y exponerla al aire

 

A veces, peleamos, tratando de dominar al otro, buscando  vindicación o venganza.

 

Huyendo, evitando, peleando – no nos sirve para restaurar la comunidad.

 

Pero Jesús nos ofrece un proceso de restaurar la comunidad, de lograr una verdadera paz y reconciliación – no escondiendo el problema, el conflicto o el mal, pero buscando una manera de transformar la situación, promoviendo la restauración de relaciones entre la comunidad.

 

Jesús primero nos propone que acerquemos a la persona, a solas, cara a cara. No hablamos mal de la persona con otras personas, chismeando, y echándole la culpa. No evitamos de hablar directamente. Vamos al encuentro con la persona. No vamos a regañar, sino para ganarlo al otro como hermano, como hermana.

 

A veces, queremos preferimos castigarle a la persona. “Tú estás haciendo mal. No debes seguir en esto”. En estos momentos nos ponemos como jueces, como los buenos. No buscamos el bien del otro, sino nuestra superioridad, tratando de justificarnos. Somos los buenos.

 

Más bien, debemos acercarnos como hermanos-  no regañándole sino buscando caminos de reconciliación.

 

Pero,  a veces, el encuentro personal no sirve. En esto caso, Jesús sugiere que vayamos con una o dos otras personas. No vamos para presionarle al otro, sino para decirle que no es un conflicto personal pero es algo que afecta muchas personas. Nosotros queremos la reconciliación con él. Los dos o tres podemos mostrarle que nos preocupamos de él y su situación. No queremos dominarlo o presionarlo a hacer lo que pensamos. Venimos para estar con él, ayudándole a volver a la harmonía de la comunidad. ¿Por qué? Porque lo amamos como hermano, como hermana.

 

Si este no sirve, debemos buscar la ayuda de la comunidad, de la iglesia, no para castigarlo o echarlo afuera. Involucramos la comunidad no para castigarlos o para darle pena. Lo acercamos porque lo amamos y queremos su presencia entre nosotros.

 

Si todavía no hay cambio, no hay reconciliación, ¿qué hacer?

 

Hay que tener cuidado, porque a veces hemos torcido o malinterpretado las palabras de Jesús. A veces hay una mal traducción, como hoy. La traducción más fiel al texto griego es “Sea para ti como el pagano o el publicano”.

 

Muchas veces hemos dicho que deberíamos apartarnos de el.

 

Pero, tengo una pregunta muy concreta: “¿Qué hizo Jesús con los paganos y los publicanos?”.


Se acercó a ellos.

 

En, a los menos dos veces, Jesús sanó a la hijo o el siervo de paganos como hemos escuchado hace tres domingo con la mujer cananea.

 

Y, cuando Jesús se encontró con el publicano Mateo y el publicano Zaqueo, ¿qué hizo? Se invitó a cenar con ellos. No se puso encima de ellos, sino buscó una experiencia de acompañar al publicano.

 

En todo Jesús quiere restaurar relaciones, buscar lugares de hospitalidad para que la otra persona pueda encontrar una salida de su situación del pecado, de aislamiento.

 

Esto no quiere decir que no debemos buscar justicia. No, debemos buscar la justicia – no para tener venganza sino para la conversión del pecador, de la reintegración del pecador en la comunidad.

 

No estoy diciendo que tenemos que aguantar la injusticia, la opresión, la violencia. La mujer o niña abusada debe buscar la justicia para terminar con su sufrimiento. No hay reconciliación sin justicia. A veces la mujer tiene que salir de una situación de abuso. Pero, en todo, debemos buscar la salvación – de nosotros y del pecador.

 

¿Por qué? Porque tenemos un Dios que se hizo carne y dio su vida para reconciliaros con Dios y con nuestros hermanos y hermanas. Dios no dejó que el pecado siga. Vino para mostrarnos el camino – el camino de amor, el camino de justicia, el camino de reconciliación y el camino de vida en abundancia.