Los pasos de la paz
Ezequiel 33,7-9
Romanos 13, 8-10
Mateo 18, 15-20
“Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.
Dios está aquí. Reunidos en él, nosotros, la iglesia, el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo – Él está presente.
Pero, tengo una pregunta: ¿Reflejamos la presencia de Cristo entre nosotros en nuestras comunidades, nuestras asambleas dominicales? ¿Cómo podemos mostrar que Dios está aquí?
Pablo, escribiendo a la iglesia en Roma, nota lo esencial: “no tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley”.
Per, somos humanos, somos pecadores; pecamos en contra de Dios y las otras personas –en muchas maneras. A veces no estamos una comunidad unida, sino gente divida. A veces hay personas que no responden a la llamada a la santidad.
¿Qué hacer en una situación de falta de concordia y unidad? ¿Cómo responder a la presencia del mal entre nosotros?
No queremos conflicto, aunque el conflicto es una parte normal de la vida. Usualmente escogemos una de dos opciones – huimos o peleamos.
A veces, callamos para evitar conflicto, pero evitando hacer algo puede hacer la situación peor.
A veces, nos separamos de las personas, pero el conflicto puede hacerse como una herida que pudre por no tratarlo y exponerla al aire
A veces, peleamos, tratando de dominar al otro, buscando vindicación o venganza.
Huyendo, evitando, peleando – no nos sirve para restaurar la comunidad.
Pero Jesús nos ofrece un proceso de restaurar la comunidad, de lograr una verdadera paz y reconciliación – no escondiendo el problema, el conflicto o el mal, pero buscando una manera de transformar la situación, promoviendo la restauración de relaciones entre la comunidad.
Jesús primero nos propone que acerquemos a la persona, a solas, cara a cara. No hablamos mal de la persona con otras personas, chismeando, y echándole la culpa. No evitamos de hablar directamente. Vamos al encuentro con la persona. No vamos a regañar, sino para ganarlo al otro como hermano, como hermana.
A veces, queremos preferimos castigarle a la persona. “Tú estás haciendo mal. No debes seguir en esto”. En estos momentos nos ponemos como jueces, como los buenos. No buscamos el bien del otro, sino nuestra superioridad, tratando de justificarnos. Somos los buenos.
Más bien, debemos acercarnos como hermanos- no regañándole sino buscando caminos de reconciliación.
Pero, a veces, el encuentro personal no sirve. En esto caso, Jesús sugiere que vayamos con una o dos otras personas. No vamos para presionarle al otro, sino para decirle que no es un conflicto personal pero es algo que afecta muchas personas. Nosotros queremos la reconciliación con él. Los dos o tres podemos mostrarle que nos preocupamos de él y su situación. No queremos dominarlo o presionarlo a hacer lo que pensamos. Venimos para estar con él, ayudándole a volver a la harmonía de la comunidad. ¿Por qué? Porque lo amamos como hermano, como hermana.
Si este no sirve, debemos buscar la ayuda de la comunidad, de la iglesia, no para castigarlo o echarlo afuera. Involucramos la comunidad no para castigarlos o para darle pena. Lo acercamos porque lo amamos y queremos su presencia entre nosotros.
Si todavía no hay cambio, no hay reconciliación, ¿qué hacer?
Hay que tener cuidado, porque a veces hemos torcido o malinterpretado las palabras de Jesús. A veces hay una mal traducción, como hoy. La traducción más fiel al texto griego es “Sea para ti como el pagano o el publicano”.
Muchas veces hemos dicho que deberíamos apartarnos de el.
Pero, tengo una pregunta muy concreta: “¿Qué hizo Jesús con los paganos y los publicanos?”.
Se acercó a ellos.
En, a los menos dos veces, Jesús sanó a la hijo o el siervo de paganos como hemos escuchado hace tres domingo con la mujer cananea.
Y, cuando Jesús se encontró con el publicano Mateo y el publicano Zaqueo, ¿qué hizo? Se invitó a cenar con ellos. No se puso encima de ellos, sino buscó una experiencia de acompañar al publicano.
En todo Jesús quiere restaurar relaciones, buscar lugares de hospitalidad para que la otra persona pueda encontrar una salida de su situación del pecado, de aislamiento.
Esto no quiere decir que no debemos buscar justicia. No, debemos buscar la justicia – no para tener venganza sino para la conversión del pecador, de la reintegración del pecador en la comunidad.
No estoy diciendo que tenemos que aguantar la injusticia, la opresión, la violencia. La mujer o niña abusada debe buscar la justicia para terminar con su sufrimiento. No hay reconciliación sin justicia. A veces la mujer tiene que salir de una situación de abuso. Pero, en todo, debemos buscar la salvación – de nosotros y del pecador.
¿Por qué? Porque tenemos un Dios que se hizo carne y dio su vida para reconciliaros con Dios y con nuestros hermanos y hermanas. Dios no dejó que el pecado siga. Vino para mostrarnos el camino – el camino de amor, el camino de justicia, el camino de reconciliación y el camino de vida en abundancia.
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