Borrador de una homilia
32 Ordinario C 2016 – 6 noviembre 2016
2 Macabeos 7, 1-2.9-14
2 Tesalonicenses 2, 16 – 3, 5
Lucas 20, 27- 38
En el tiempo de Jesús habían
varios grupos de líderes de los judíos. Un grupo, los saduceos, muy vinculados
al poder, no creyeron en la resurrección de los muertos. Pensaron que no había
nada después de la muerte.
Pero, muy en contra a Jesús, le
hicieron una trampa con una historia insidiosa y ridícula. Según un texto de
libro de Deuteronomio, si un hombre muere sin hijo, su esposa tenía que casarse
con un hermano de él, para prolongar la línea de su nombre y de la familia. Era
una manera de escaparse de la muerte. Los saduceos pusieron la historia no para
saber la verdad, sino para atraparle a Jesús y ridiculizar la fe en la resurrección.
Pero, Jesús responde, citando un
texto del libro de Éxodo, para darles a sus discípulas la esperanza en la resurrección.
Como un sacerdote español, José Antonio Pagola, escribió:
“a Jesús le brota de su
corazón creyente la convicción que sostiene y alienta su vida entera: Dios “no
es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos son vivos”
Dios nos da la vida; da la vida a
todos y todas - aun frente a la muerte y la violencia.
Mira el relato en la primera lectura.
Una madre y sus siete hijos, frente a la muerte violenta y a la tortura,
rechazan la promesa del rey y quedan fieles a su fe - con la esperanza de la reivindicación
de Dios: “el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos
por fidelidad a sus leyes”.
Los líderes de los saduceos, el
rey Antíoco Epifanes, creyeron que la vida actual es todo lo que hay. No tenía
esperanza de una nueva vida – en Dios. Como Pagola escribió:
El rasgo más preocupante
de nuestro tiempo es la crisis de esperanza. Hemos perdido el horizonte de un
Futuro último y las pequeñas esperanzas de esta vida no terminan de
consolarnos. Este vacío de esperanza está generando en bastantes la pérdida de
confianza en la vida. Nada merece la pena. Es fácil entonces el nihilismo
total.
Pero, nosotros creemos que la
vida es un don de Dios y la muerte no termina la vida, pero la transforma.
Entonces, tenemos esperanza, porque creemos, con San Pablo, que
Dios nos ha amado y nos
ha dado un consuelo eterno y una feliz esperanza
y reza Pablo que
Dios conforte los
corazones de ustedes y los disponga a toda clase de obras buenas y de buenas
palabras.
Entonces, debemos rechazar las
tentaciones de poner todas nuestras esperanzas en la vida actual.
Esto no implica que tenemos que
alejarnos del mundo, sino tenemos que ver la vida en la luz de Dios – y buscar manifestar
el Reino de Dios en nuestras vidas cotidianas. Porque el cielo comienza acá.
Como rezamos en el Padre Nuestro
Venga tu reino; hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo.
Entonces debemos vivir en la luz
de la resurrección, con la confianza que la muerte no es la última palabra, la
palabra final. Hay vida.
Pero, esta fe en el Dios de la
Vida debe transformarnos. Como Gustavo Gutiérrez escribió:
La fe y la esperanza en
la resurrección deben traducirse en un compromiso para defender la vida.
Debemos defender la vida – amando
y ayudando a los marginados, a los ancianos, a los enfermos, a los que lloran
por sus seres queridos muertos o asesinados; viviendo and luchando por la
justicia, por un mundo que refleja el amor y la misericordia de Dios.
¿Porque?
Como Jesús dijo: “Dios no es un
Dios de los muertos, sino de vivos”.
Nuestros seres queridos que han
muerto viven en Dios y esperan la resurrección de la carne y la vida futuro. Y
debemos vivir con esta esperanza porque “para Dios todos viven”.
Gracias
ReplyDelete