Homilía domingo 33 del tiempo ordinario, ciclo C
Malaquías 3, 19-20a; 2 Tesalonicenses 3, 7-12;
Lucas 21, 5-19
Hoy cerramos la puerta santa en este
santuario. El próximo domingo el papa Francisco cerrará el Año Santo de la
Misericordia en Roma.
Hemos pasado por la puerta santa de la
misericordia, hemos vivido un año de la misericordia, pero todavía en el mundo
encontramos mucha violencia, engaño, corrupción, pobreza, muerte. Aparece que no
hay misericordia en nuestro mundo. A veces aun encontramos una falta de
misericordia y comprensión dentro de la iglesia.
Primero, tenemos que reconocer la falta de
misericordia - en nosotros mismos, en
nuestras familias y comunidades, en la iglesia y en el mundo. No podemos
cambiar, no podemos convertirnos si no reconocemos nuestros pecados contra la
misericordia. Tenemos que encontrar la realidad.
Pero, a veces la falta de misericordia en el
mundo nos llena de pavor, de temor: guerras, revoluciones, terremotos,
epidemias y hambre.
En el evangelio de hoy, Jesús reconoce los
malos y eventos atemorizantes de su tiempo. Pero, las guerras y los desastres
no non signos del fin del mundo. Pero, frente a todo, ¿qué hacer?
No tengan miedo. No permiten que el pánico les
domine. Porque hemos encontrado el Dios de la misericordia.
Cruzando la puerta santa, hemos entrado un
santuario, un lugar de la misericordia de Dios – experimentado más que todo en
la eucaristía y en el sacramento de la reconciliación. Aquí podemos encontrar
el Dios de la misericordia, o, como escribió el profeta Malaquias, en medio de
la oscuridad de mal, encontramos “el Sol de justicia…con curación en sus alas”.
Pero, tenemos que salir del santuario,
regresando a nuestras aldeas, nuestros barrios, cerrando la puerta santa atrás de
nosotros.
¿Salimos como testigos de la misericordia?
¿Estamos dispuestos de cambiar nuestros hábitos de retribución, de venganza, de
falta de comprensión?
Si, podemos comenzar a cambiar nuestro querido
país de la violencia, de la corrupción, de la falta de dialogo, de la
injusticia.
Pero si damos testimonio de la misericordia de
Dios, hay la posibilidad de sufrir la persecución.
Tal vez vamos a ser perseguidos – como algunas
defensores del ambiente y de los derechos humanos. Tal vez vamos a sufrir
chisme o mala fama. Pero, Dios quiere que seamos fieles a Él, fieles a su visión
de la misericordia.
La persecución nos da la oportunidad de dar
testimonio. Las dificultades nos da la oportunidad de responder como testigos
de la misericordia de Dios – perdonándoles.
En todo debemos recordar la presencia de Dios
con nosotros. Recordándola, podemos mantenernos firmes en la fe, en la caridad –
viviendo con esperanza porque sabemos que, como Jesús dijo, “no caerá ningún
cabello de ustedes” ¡Este e algo que yo sé por experiencia!
Las últimas palabra del evangelio nos da
esperanza:
“Con tu perseverancia salvarán sus almas”. El
Señor estará con nosotros cuando hablamos en su nombre, cuando damos testimonio
de su misericordia en nuestra vida cotidiana – amando a nuestra familia,
perdonando a nuestros enemigos, solidarizándonos con los marginados, dando
acogida al extranjero, trabajando en nuestras aldeas y barrios por la paz y la
justicia.
No es algo fácil, yo no se termina en un día,
ni un año – aun un año de la misericordia. Vivamos la misericordia cada día.
“Es un llamado a la constancia, a la perseverancia,
a seguir firmes en la esperanza”.
Entonces, cuando salimos de acá, cuando la
puerta santa está cerrada, es tiempo de llevar la misericordia que hemos vivido
este año en la iglesia hasta donde vivimos y trabajamos.
El año de la misericordia está terminado.
Podemos ir viviendo la misericordia en el mundo todos los días.
Cada puerta abre a dentro y a fuera. Hemos
entrado a dentro. Ahora es tiempo salir afuera – con la misericordia de Dios.
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