Sunday, November 6, 2016

Dios de la vida, frente a la muerte

Borrador de una homilia 
32 Ordinario C 2016 – 6 noviembre 2016
2 Macabeos 7, 1-2.9-14
2 Tesalonicenses 2, 16 – 3, 5
Lucas 20, 27- 38

En el tiempo de Jesús habían varios grupos de líderes de los judíos. Un grupo, los saduceos, muy vinculados al poder, no creyeron en la resurrección de los muertos. Pensaron que no había nada después de la muerte.

Pero, muy en contra a Jesús, le hicieron una trampa con una historia insidiosa y ridícula. Según un texto de libro de Deuteronomio, si un hombre muere sin hijo, su esposa tenía que casarse con un hermano de él, para prolongar la línea de su nombre y de la familia. Era una manera de escaparse de la muerte. Los saduceos pusieron la historia no para saber la verdad, sino para atraparle a Jesús y ridiculizar la fe en la resurrección.

Pero, Jesús responde, citando un texto del libro de Éxodo, para darles a sus discípulas la esperanza en la resurrección. Como un sacerdote español, José Antonio Pagola, escribió:  

“a Jesús le brota de su corazón creyente la convicción que sostiene y alienta su vida entera: Dios “no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos son vivos”

Dios nos da la vida; da la vida a todos y todas - aun frente a la muerte y la violencia.

Mira el relato en la primera lectura. Una madre y sus siete hijos, frente a la muerte violenta y a la tortura, rechazan la promesa del rey y quedan fieles a su fe - con la esperanza de la reivindicación de Dios: “el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes”.

Los líderes de los saduceos, el rey Antíoco Epifanes, creyeron que la vida actual es todo lo que hay. No tenía esperanza de una nueva vida – en Dios. Como Pagola escribió:

El rasgo más preocupante de nuestro tiempo es la crisis de esperanza. Hemos perdido el horizonte de un Futuro último y las pequeñas esperanzas de esta vida no terminan de consolarnos. Este vacío de esperanza está generando en bastantes la pérdida de confianza en la vida. Nada merece la pena. Es fácil entonces el nihilismo total.

Pero, nosotros creemos que la vida es un don de Dios y la muerte no termina la vida, pero la transforma. Entonces, tenemos esperanza, porque creemos, con San Pablo, que

Dios nos ha amado y nos ha dado un consuelo eterno y una feliz esperanza

y reza Pablo que

Dios conforte los corazones de ustedes y los disponga a toda clase de obras buenas y de buenas palabras.

Entonces, debemos rechazar las tentaciones de poner todas nuestras esperanzas en la vida actual.

Esto no implica que tenemos que alejarnos del mundo, sino tenemos que ver la vida en la luz de Dios – y buscar manifestar el Reino de Dios en nuestras vidas cotidianas. Porque el cielo comienza acá. Como rezamos en el Padre Nuestro

Venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Entonces debemos vivir en la luz de la resurrección, con la confianza que la muerte no es la última palabra, la palabra final. Hay vida.

Pero, esta fe en el Dios de la Vida debe transformarnos. Como Gustavo Gutiérrez escribió:

La fe y la esperanza en la resurrección deben traducirse en un compromiso para defender la vida.

Debemos defender la vida – amando y ayudando a los marginados, a los ancianos, a los enfermos, a los que lloran por sus seres queridos muertos o asesinados; viviendo and luchando por la justicia, por un mundo que refleja el amor y la misericordia de Dios.

¿Porque?

Como Jesús dijo: “Dios no es un Dios de los muertos, sino de vivos”.


Nuestros seres queridos que han muerto viven en Dios y esperan la resurrección de la carne y la vida futuro. Y debemos vivir con esta esperanza porque “para Dios todos viven”.

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