DIOS NO ES TACAÑO
Decimoséptimo domingo del tiempo ordinario – ciclo
B
Notas para una homilía
2 Reyes 4, 42-44
Juan 6, 1-15
¡Nuestro Dios no es tacaño!
No es
un dios de escasez.
Es
un Dios de abundancia.
Como hemos escuchado en la primera lectura y en el
evangelio,
de poco
Dios hace más que podemos esperar.
De veinte panes de cebada, cien personas comieron: “todos
comieron y todavía sobró”.
De cinco panes y dos peses, mucho sobró, doce
canastas de pan – aunque cinco mil hombres se saciaron, y no sé cuantas mujeres
y niños.
Pero, muchas veces estamos como el siervo del
profeta Eliseo y los apóstoles.
No
bastan veinte panes para cien hombres.
Para dar cada uno Necesitamos demasiado
dinero – más que doscientos denarios, más que el salario de doscientos días. No tenemos
suficiente pisto. No podemos.
A lo menos, Andrés se encontró con un muchacho con
cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, tenía sus dudas, “¿qué es ese para
tanta gente?”.
Pero Jesús tiene otras matemáticas.
Pero, Jesús mira el hambre del pueblo. Es un Dios que mira las necesidades.
Organizó a la gente. Dio gracias a su Padre y repartió los panes a todos.
No sé cómo sucedió. Pero hay un mensaje claro.
Nosotros calculamos nuestros recursos.
Tenemos temor de no tener suficiente, de fallar. Tenemos miedo de la escasez.
Pero, Dios es un Dios que provee – Jesús miró
a la necesidad de la gente antes de sus discípulos, porque es un Dios atento a
los demás.
Nosotros, por el contrario, somos tacaños.
Porque tememos de no tener suficiente, acaparamos,
agarrando más que necesitamos. Y, considerando, las necesidades de los demás, casi
siempre preguntamos “¿cuánto nos va a gastar?”.
No tenemos confianza en un Dios que provee. No pensamos que Dios nos ama y
cuida.
Pero, al contrario, He visto algo, en las casas de los pobres. Cuando llega
un visitante, siempre hay algo que comer, aunque estén una tortilla, frijoles y
sal. Me siento muy satisfecho, contento con tortillas y frijoles.
La austeridad de los pobres que son pobres de espíritu es maravillosa,
reflejando la generosidad de Dios. No tienen necesidad de agarrar todo que
pueden. Dan lo que tienen, sin contar el costo. No importa si es poco porque recuerdan
que lo poco del muchacho compartido alimentaba más que cinco mil personas.
¿Por qué?
Porque tenemos un Dios de la
abundancia, que nunca falta de compartir.
Pero no es un dios de la prosperidad. Cuando buscamos la prosperidad, hay
una tentación de acaparar todo para mí mismo. Pero la prosperidad divina es la
prosperidad compartida.
Jesús y el muchacho nos da el ejemplo. Dieron todo lo que tenían.
Jesús nos da su cuerpo y sangre, su ser, como nuestra alimentación en la
eucaristía.
Y ¿nosotros?
De lo pequeño que tenemos, Dios hace milagros.
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