Wednesday, December 26, 2018

La navidad y el martirio


La fiesta de San Esteban, diácono y mártir
Borrador de una homilía
Hechos 6, 8-10; 7, 54-60; Mateo 10, 17-22

Ayer celebramos con mucha alegría la navidad del Señor. Hoy celebramos la fiesta del primer mártir, Esteban, que murió apedreado.

¿Les aparece algo raro? Celebramos el nacimiento de Jesús e inmediatamente después celebramos una muerte violenta?

Así es, si pensamos que la alegría viene con tamales, panes, regalos, mañanitas y villancicos. Pero, la alegría de la Navidad es algo diferente. Es la alegría de encontrarnos con un Dios que nos ama tanto que se hizo como nosotros, se hizo carne, se anonadó, y se hizo pobre. Por amor. Es un Dios que se entregó por nosotros. No vino como un dios o rey dominador, sino como un servidor. En la última cena lavó los pies de sus apóstoles. Y se entregó hasta la muerte – para salvarnos y para conquistar las fuerzas del mal y de la muerte. Es un Dios que sufre con nosotros y que resucitó para asegurarnos la vida eterna.

En la Navidad celebramos un Dios Servidor.

Hoy celebramos San Esteban, el primer mártir y, según la tradición, el primer diácono.

Cuando habían pleitos en los primeros días de la iglesia, porque algunos se sentían abandonados y descuidados por los apóstoles, escogieron siete hombres de "buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de la sabiduría" para ayudar a los apóstoles y para servir a los que se sentían rechazados.

El primero fue Esteban, cuyo nombre quiere decir “corona.”

Esteban no tenía pelos en la lengua y entonces su prédica despertó el odio de los líderes religiosos. Lo agarraron, lo juzgaron y lo mataron, apedreándolo.

¿Dónde sacó el valor de dar su vida con tanta tranquilidad? Fue su encuentro con Jesús – como dijo a sus perseguidores, “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”.

Con esta convicción de la presencia de Cristo, pudo amar a sus perseguidores como Jesús. En la cruz Jesús dijo, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.  Esteban, de rodillas, apedreado, dijo, “Señor, no les toma en cuenta este pecado”. El amor de Dios, aún al enemigo.

Entonces, tenemos que recordar que la consecuencia de seguirle a Cristo puede llevarle a uno al martirio. Pero, tenemos que tomar en cuenta que la palabra “mártir” significa “testigo”.

Los mártires no se hacen en un momento. Los santos mártires vivían el martirio, el testimonio en la vida diaria. Pudieron dar la vida y morir con tranquilidad porque cada día trataban de morir a sus pecados, a su pereza, a sus miedos, a su falta de amor y entrega.

Para prepararnos al martirio, debemos pedirle a Jesús la gracia de crecer cada día en el amor.

Hay una frase del Santo Monseñor Romero que escribió en su cuaderno de ejercicios espirituales un mes antes de su muerte:

“Mi disposición debe dar mi vida por Dios, cualquiera sea el fin de mi vida. Las circunstancias desconocidas se vivirán con la gracias de Dios. El asistió a los mártires y si es necesario lo sentiré muy cerca al entregarle mi último suspiro, Per más valioso que el momento de morir, es entregarle toda la vida y vivir para Él”.

Mi oración hoy es que aprendamos entregarnos a Dios en cada memento de nuestras vidas.

Y les pido: Recen por mí, para que pueda ser un verdadero diácono, sirviéndote, sirviéndole a Dios, a la Iglesia y, más que todo, a los pobres y marginados - mostrando Cristo el Siervo.

Recen por mí.

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El imagen de San Esteban el Testigo es del Centro Universitario Católico de la University of Northern Iowa.

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