Solemnidad de la Natividad del Señor
Misa de la
aurora
Isaías 62,
11-12; Tito 3, 4-7; Lucas 2, 15-20
Anoche
Iniciamos la celebración del nacimiento del Señor en la oscuridad, en las
tinieblas.
Vivimos en tiempos de tinieblas:
-tinieblas personales, tinieblas en las familias, tinieblas en la comunidad, y,
de veras, en el país: corrupción, narcotráfico, violencia, A veces buscamos iluminar las tinieblas o
escaparlas con las luces artificiales – del árbol de la Navidad, de los grandes
malles en San Pedro o Tegucigalpa, con sus luces y ofertas, tratando de sacar
dinero de nosotros, de los estadios en los juegos de deporte, de los lugares de
poder.
Todos
buscamos luces en las tinieblas. El pueblo Israel anhelaba un Mesías para
quitar las tinieblas, para vencer sus enemigos, para vindicarse, para dominar y
derrotar a sus enemigos.
Pero, Dios nos promete algo diferente: “ya
llega tu Salvador”.
No
es un mesías que viene para dominar, para matar, para usar armas y violencia. No
nace en los palacios del poder o de dinero, protegido por guardas de espalda – sino
se encuentra en una cueva, un establo – nacido en un pesebre. Como dijo el
ángel a los pastores:
“Esto les servirá de señal: encontrarán al
niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. Es un Dios que viene
pobre, entre los pobres, para los pobres – indefenso y vulnerable.
Y
¿Quiénes fueron los primeros que lo
visitaban? Los pastores, los marginados,
hombres humildes, sin poder, abiertos a la salvación en un niño, anunciado por
un ángel: “Se fueron, pues, a toda prisa y encontraron a María, a José y al
niño, recostado en el pesebre”.
En
su homilía de 24 de diciembre de 1978, San Óscar Romero dijo:
Nadie podrá celebrar la Navidad auténtica
si no es pobre de verdad.
Los autosuficientes, los orgullosos,
los que desprecian a los demás porque todo
lo tienen,
los que no necesitan ni de Dios, para ésos
no habrá Navidad.
Sólo los pobres, los hambrientos, los que
tienen necesidad de que alguien venga por ellos,
tendrán a ese alguien, y ese alguien es
Dios,
Emanuel, Dios-con-nosotros.
Sin pobreza de espíritu no puede haber
llenura de Dios.
La
pobreza, la humildad, el desprendimiento son condiciones de entrar el Reino de
Dios.
Para entrar la Basílica de la Navidad en
Belén, tiene que agacharse, porque la puerta es muy bajita. Tenemos que dejar a
lado todo prepotencia, todo deseo de dominar, todo orgullo y, de veras, todo
tipo de pecado.
Más que todo, tenemos que arrodillarnos
ante un Dios, hecho carne, hecho pobre - con alegría
Cuando podemos ver en la humildad de
Jesús, Dios-con-nosotros, la presencia de Dios, podemos ver la verdadera luz, en vez de las
luces artificiales.
Podemos encontrar el Salvador, que “nos salvó, no porque nosotros hubiéramos
hecho algo digno de merecerlo, sino por su Misericordia”. Es un regalo sin precio – porque Él es el Dios de la Misericordia.