Saturday, December 24, 2016

Dios pobre, conocido en lo sencillo

Isaías 9, 13-, 5-6
Tito 2, 11-14
Lucas 2, 1-14

Notas para una homilía en la Natividad del Señor: Misa de media noche



Dios hecho pobre

En medio de la oscuridad, Dios se hizo pobre, carne, en un niño, un bebé. No llego en un palacio, ni en una mansión.

Aunque es Dios, decidió acercarse a nosotros como un pobre niño.

Este es algo maravilloso, una paradoja. El rey baya. No quiso una mansión; vive entre nosotros, tal vez como en una casa de bahareque. Porque él quiere estar con nosotros.

Dios se encuentra en lo sencillo

Los pastores, marginados de su día, reciben las primeras noticias. La gloria de Dios los envolvió. Un ángel les dijo que tenía buenas noticias, de un evento que iba a darles alegría, no solamente para ellos, sino para todo el mundo.

Pero la Gloria de Dios se revela en un niño, un niño como muchos niños (aún sin pecado) – envuelto en pañales y recostando en u pesebre.

En lo sencillo, lo cotidiano, Dios viene. Pero en una manera diferente – un niño recostado en un pesebre porque no había lugar en la posada.

Como el Papa Francisco dijo en su homilía hoy:
“Este es el signo de siempre para encontrar a Jesús. No sólo entonces, sino también hoy. Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios”.

Tenemos que acercarnos al pesebre. Como dijo el papa:

“…para encontrarlo hay que ir allí, donde él está: es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño”.

Reconociéndole  a Dios en el niño Jesús y en los niños

Tenemos que ir a adorarle – como los pastores. Creo que ellos no fueron al Mall para comprarle un regalo para el niño. Su don fue su presencia, su adoración y, después de irse a toda prisa a encontrar a María, a José y el niño, contaron lo que pasó en el campo. Salieron alabando y glorificando a Dios. Su regalo al niño Jesús fue su presencia con él.

Este implica la necesidad de acercarnos a Dios, y a los demás. Como dijo el Papa,

Dejémonos interpelar por el Niño en el pesebre, pero dejémonos interpelar también por los niños que, hoy, no están recostados en una cuna ni acariciados por el afecto de una madre ni de un padre, sino que yacen en los escuálidos «pesebres donde se devora su dignidad»…
Dejémonos interpelar por los niños a los que no se les deja nacer, por los que lloran porque nadie les sacia su hambre, por los que no tienen en sus manos juguetes, sino armas.

El niño Jesús viene, con una misión que nos da esperanza

El niño Jesús nació para nosotros, pero tenemos una misión

Como dijo un teólogo suizo (Hans Urs von Balthasar):

“… para encontrar a Dios, el Hombre cristiano es puesto en las calles del mundo, es enviado a los hermanos encadenados, pobres, a todos los que sufren, tienen hambre y sed, están desnudos, enfermos o presos. Ahí está en adelante su sitio; con todos éstos tiene que identificarse. Ésta es la gran alegría que se le anuncia hoy, porque de esta manera nos envió Dios un Salvador. Y si todos nosotros somos los pobres y cautivos que necesita la liberación, somos también al mismo tiempo los que participan en la alegría de la salvación y son enviados a los pobres encadenados”.

No importa si somos como los pastores, los marginados e incultos de su tiempo.

Dios nos da una visión y una promesa, que escuchamos en la primera lectura:

“Un niño nos ha nacido…Consejero admirable,… Príncipe de Paz..”

Porque tenemos un Dios que quiebra el pesado yugo, la barra que oprime sus hombros, el cetro del tirano. Y, “las botas que hacían retumbar la tierra y los mantos manchados de sangre serán quemados”… (Isaías 9,3-4)

Entonces, Dios nos da una visión, una misión – no importa si somos como los pastores. Cada persona puede hacer algo para el Reino de Dios.

Pero la misión tiene que comenzar acercándonos a Jesús en el pesebre. Allá podemos  aprender de él como vivir, recordando lo que escribió Pablo a Tito:

Él se entregó por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificamos, a fin de que convertirnos en pueblo suyo, fervorosamente entregado a practicar el bien.


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