La fiesta de la Virgen de Guadalupe
Eclesiástico 24, 23-31
Galatas 4, 4-7
Lucas 1, 39-48
Notas para una homilia
Cuando María vino a las Américas por la primera vez, ella
no visitó a los ricos ni los poderosos, los conquistadores y gobernantes
españoles. Ella vino, en primer lugar, a uno de los conquistados, un hombre
indígena, Juan Diego. Igual a su Hijo, aparece en el medio de los empobrecidos
del mundo. Como predicó Beato Monseñor Romero:
María… se destaca entre los pobres
que esperan de Dios la redención. María aparece en la Biblia como la expresión
de la pobreza, de la humildad de la que necesita todo de Dios. Y cuando viene a
América, su diálogo de íntimo sentido maternal hacia un hijo lo tiene con un
indito, con un marginado, con un pobrecito.
¿Qué es la historia de la aparición de
la Virgen de Guadalupe?
Pasando por el cerrillo de Tepeyac, un
sábado en diciembre, 1531, Juan Diego escuchó una voz, llamándole “Juanito.
Juan Dieguito’. Fue la Virgen María, que le pidió al obispo, pidiendo “que se
me erija aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión,
auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra”. Los moradores fueron
el pueblo indígena.
María quiso mostró el amor misericordia
de Dios al pueblo sufrido. Porque ella, como la Sabiduría de Dios, es
Madre del
amor, del temor, de conocimiento y de la santa esperanza. [En ella está] toda
la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud”.
Juan Diego fue al obispo que lo dudó: “Otra
vez vendrás y te oiré más despacio”.
Regresando a la Virgen le pidió mandar “a
alguno de los principales.., porque yo soy sólo un hombrecillo”. Pero, ella le
dijo: “Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, que otra vez vayas mañana a ver
al Obispo y le digas que yo en persona, la siempre Virgen santa María, Madre de
Dios, soy quien te envío”.
Fue al obispo otra vez, y otra vez no
le creó a Juan Diego pero pidió un señal.
Dos días después, su tío Juan
Bernardino, muy grave, le pidió a buscar a un sacerdote para confesarse. Juan
Diego fue y trató de evitar pasando donde la Virgen le había encontrado. Pero, “Mas
ella le salió al encuentro”.
María le buscaba. No se quedó en el
cerro, esperándolo.
En el evangelio de hoy escuchamos como
María “se encaminó presurosa” para visitar
su prima Isabel. Como comentó el Papa Francisco en la Basílica de Guadalupe:
Sin
demoras, sin dudas, sin lentitud va a acompañar a su pariente que estaba en los
últimos meses de embarazo. El encuentro con el ángel a María no la detuvo,
porque no se sintió privilegiada, ni que tenía que apartarse de la vida de los
suyos. Al contrario, reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María
es y será reconocida siempre como la mujer del «sí», un sí de entrega a Dios y,
en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos.
Recuerda. El Hijo de Dios no se quedó
en el cielo pero se bajó para estar con nosotros. María hace lo mismo. Y le
manda a Juan Diego como su “embajador, muy digno de alabanza”. Como el papa Francisco
dijo:
Todos
somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no
estar a la «altura de las circunstancias» o por no “aportar el capital
necesario”.
Como María y como San Juan Diego, no
debemos encerrarnos en nuestros templos, nuestras iglesias, nuestras
comunidades. Salgan al encuentro con Dios y con los demás. Somos misioneros,
evangelizadores, enviados por Dios – come María, Juan Diego y muchos otros.
Creo que el Papa Francisco nos deja un
mensaje fuerte, recordando las palabras de María a Juan Diego:
¿Acaso
no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus dolores,
tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; como a Juanito, hoy
nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir
tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas.
Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia
como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de
saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos
dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado,
viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes
solo, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten paciencia con
los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios.
Y en
silencio le decimos lo que nos venga al corazón ¿Acaso no soy yo tu madre?
¿Acaso no estoy yo aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi
santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, que son tus hermanos.
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