Tuesday, December 12, 2017

María le salió al encuentro


La fiesta de la Virgen de Guadalupe

Eclesiástico 24, 23-31
Galatas 4, 4-7
Lucas 1, 39-48

Notas para una homilia

Cuando María vino a las Américas por la primera vez, ella no visitó a los ricos ni los poderosos, los conquistadores y gobernantes españoles. Ella vino, en primer lugar, a uno de los conquistados, un hombre indígena, Juan Diego. Igual a su Hijo, aparece en el medio de los empobrecidos del mundo. Como predicó Beato Monseñor Romero:
María… se destaca entre los pobres que esperan de Dios la redención. María aparece en la Biblia como la expresión de la pobreza, de la humildad de la que necesita todo de Dios. Y cuando viene a América, su diálogo de íntimo sentido maternal hacia un hijo lo tiene con un indito, con un marginado, con un pobrecito.


¿Qué es la historia de la aparición de la Virgen de Guadalupe?

Pasando por el cerrillo de Tepeyac, un sábado en diciembre, 1531, Juan Diego escuchó una voz, llamándole “Juanito. Juan Dieguito’. Fue la Virgen María, que le pidió al obispo, pidiendo “que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra”. Los moradores fueron el pueblo indígena.

María quiso mostró el amor misericordia de Dios al pueblo sufrido. Porque ella, como la Sabiduría de Dios, es
Madre del amor, del temor, de conocimiento y de la santa esperanza. [En ella está] toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud”.

Juan Diego fue al obispo que lo dudó: “Otra vez vendrás y te oiré más despacio”.

Regresando a la Virgen le pidió mandar “a alguno de los principales.., porque yo soy sólo un hombrecillo”. Pero, ella le dijo: “Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo y le digas que yo en persona, la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, soy quien te envío”.

Fue al obispo otra vez, y otra vez no le creó a Juan Diego pero pidió un señal.

Dos días después, su tío Juan Bernardino, muy grave, le pidió a buscar a un sacerdote para confesarse. Juan Diego fue y trató de evitar pasando donde la Virgen le había encontrado. Pero, “Mas ella le salió al encuentro”.

María le buscaba. No se quedó en el cerro, esperándolo.

En el evangelio de hoy escuchamos como María  “se encaminó presurosa” para visitar su prima Isabel. Como comentó el Papa Francisco en la Basílica de Guadalupe:
Sin demoras, sin dudas, sin lentitud va a acompañar a su pariente que estaba en los últimos meses de embarazo. El encuentro con el ángel a María no la detuvo, porque no se sintió privilegiada, ni que tenía que apartarse de la vida de los suyos. Al contrario, reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María es y será reconocida siempre como la mujer del «sí», un sí de entrega a Dios y, en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos.

Recuerda. El Hijo de Dios no se quedó en el cielo pero se bajó para estar con nosotros. María hace lo mismo. Y le manda a Juan Diego como su “embajador, muy digno de alabanza”. Como el papa Francisco dijo:
Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o por no “aportar el capital necesario”.

Como María y como San Juan Diego, no debemos encerrarnos en nuestros templos, nuestras iglesias, nuestras comunidades. Salgan al encuentro con Dios y con los demás. Somos misioneros, evangelizadores, enviados por Dios – come María, Juan Diego y muchos otros.

Creo que el Papa Francisco nos deja un mensaje fuerte, recordando las palabras de María a Juan Diego:
¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; como a Juanito, hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios.
Y en silencio le decimos lo que nos venga al corazón ¿Acaso no soy yo tu madre? ¿Acaso no estoy yo aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, que son tus hermanos.

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