Notas para una homilía, quinto domingo del tiempo ordinario, ciclo B
Cuando estamos enfermos, en cama, muchas veces nos sentimos aislados, solos, sin ayuda – como escuchamos en las palabras de Job en la primera lectura.
“…se me han asignado noches de dolor… La noche se alarga y me canso de dar vueltas hasta que amanece. Mis días … se consumen sin esperanza”.
Hace nueve días fui a San Agustín para
visitar a algunos enfermos y ancianos. Hay muchos enfermos allá y hay una sola
ministra extraordinaria de la comunión para visitarles. Allá me encontré con
una persona que vive sola, parcialmente paralizada, sin nadie que le ayude. Le
pedí a la ministra que platique con el consejo comunitario de la iglesia para le
lleven comida las comunidades de base – a lo menos varias veces por semana. Aunque
no vi ninguna amargura en él, sentí que él se sentía solo.
En el evangelio, encontramos a Jesús. Saliendo
de la sinagoga, entró en la casa de Simón y Andrés y allá se encontró con la
suegra de Simón – en cama, con fiebre, casi muerta.
“Él se acercó, y tomándola de la mano, la levantó…”
La tocó. Él le tomó de la mano, un gesto
de ternura. No la sanó de lejos. El toque de mano con mano – es lo que todos
necesitamos, más que todo los enfermos, los aislados.
Pero, había más.
“y ella se puso a servirles”.
La palabra griega es “diaconar” - διηκόνει αὐτοῖς. Ella es la sierva del pueblo - de Jesús y su familia. En ella veo el ministerio de la diaconía. Ella, como mujeres, se puso a servir
a los demás.
Ella también sabía que su sanación le
reintegró en la comunidad. Y, por eso, no se quedó sola. Tal vez ella había
experimentado la soledad. Ahora sanada, quiere compartir con la familia y con
Jesús.
La sanación que nos da Jesús nos llama a
levantarnos y servir.
Todos nosotros estamos heridos, sentimos
solos – de vez en cuando. Pero, el mensaje del evangelio tiene dos mensajes
para nosotros.
1.
Jesús nos toca y nos sana, rescatándonos de la
soledad.
2.
Pero, Jesús nos sana para que podamos ir, tocándoles
a los enfermos, los hambrientos, los perdidos en la soledad o, aún, en el
pecado.
Entonces, dejemos que Jesús nos toca para
sanarnos como la suegra de Simón y, levantados de la cama, salgamos a servir.
Así sea.
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“Santa Clara fue de tanta humildad
que lavaba los pies a las hermanas
…y se los besaba.”
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