San Alberto Hurtado
(1901 – 1952)
El santo patrón de los pobres, de los niños de la calle
y de trabajadores sociales
REFLEXIÓN
Padre Alberto Hurtado, un jesuita
chileno, trabajó con los pobres, especialmente con los niños de la calle y con
los trabajadores. Pero, para él, la misericordia se expresa no solamente en la
caridad sino también en la búsqueda de la justicia. Como escribió:
Podemos
multiplicarnos cuanto queramos, pero no podemos dar abasto a tanta obra de
caridad. No tenemos bastante pan para todos los pobres, ni bastantes vestidos
para los cesantes, ni bastante tiempo para todas las diligencias que hay que
hacer. Nuestra misericordia no basta, porque este mundo está basado sobre la
injusticia. Nos damos cuenta, poco a poco, que nuestro mundo necesita ser
rehecho, que nuestra sociedad materialista no tiene vigor bastante para
levantarse, que las conciencias han perdido el sentido del deber.
También, Papa Francisco, en un discurso al Servicio
Jesuita a Refugiados, el 10 de septiembre de 2013, nos recuerda la importancia
de la justicia para la misericordia:
La
misericordia verdadera, la que Dios nos dona y nos enseña, pide la justicia,
pide que el pobre encuentre el camino para ya no ser tal…. Pide —y lo pide a
nosotros, Iglesia, a nosotros, ciudad de Roma, a las instituciones—, pide que
nadie deba tener ya necesidad de un comedor, de un alojamiento de emergencia,
de un servicio de asistencia legal para ver reconocido el propio derecho a
vivir y a trabajar, a ser plenamente persona.
Lectura bíblica: Lucas
16, 19-31
San
Alberto abrió su corazón a los pobres, los necesitados. Fundó un Hogar para
ellos y en las noches andaba en las calles buscándolos y llevándolos al Hogar.
En ellos él vio el Rostro de Cristo. Quiso compartir la compasión de Cristo con
ellos. Como dijo, “En nuestras obras, nuestro pueblo sabe que comprendemos su
dolor”.
En
su carta El Rostro de la Misericordia,
#15, Papa Francisco nos recuerda de la importancia de responder a los
necesitados, acercándonos a ellos:
En
este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos
viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia
el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento
existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no
tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la
indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a
curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a
vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida
atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que
anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye.
Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos
hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar
su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a
nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y
de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la
barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la
hipocresía y el egoísmo.
Preguntas para
dialogar
En su propia vida, y en su comunidad, ¿cómo responde
a la rostro de Cristo en los necesitados? ¿cómo trabaja usted por la justicia? ¿cómo
podemos vencer la indiferencia?
¿Busca usted abordar las causas profundas de los
problemas que afectan a los que son vulnerables?
BIOGRAFÍA
Nació en Viña del Mar, Chile, en el año 1901. Su
padre murió cuando Alberto tenía 4 años y la familia se mudó a Santiago. Allí
vivieron con sus parientes en pobreza. Estudió con beca en un colegio jesuita;
allá sintió la llamada al sacerdocio y quiso entrar los Jesuitas. Pero, por ser
pobre, le recomendaron esperar. En 1918 inició el estudio del Derecho en la
Pontificia Universidad Católica.
Su sensibilidad hacia los marginados, le llevó a
emprender un intenso apostolado de caridad. También, se involucró en
organizaciones estudiantiles siempre con objeto de apoyar al indefenso, y en
medio de su intensa actividad culminó derecho de forma tan brillante que obtuvo
la unánime distinción de la Universidad.
En 1923 ingresó en la Compañía de Jesús, los Jesuitas.
Obtuvo el doctorado en pedagogía y en psicología en Bélgica y fue ordenado
sacerdote. Tras su regreso a Chile en 1936, dio clases en un colegio, en la
Universidad Católica y en un Seminario y impartía conferencias y retiros.
Retomó el apostolado social y defendió a los desfavorecidos ninguneados por la
prepotencia y racismo de las clases altas que los repudiaba.
En 1941 fue designado asesor de la Acción Católica
juvenil de Santiago, misión extendida luego a todo Chile. Le dedicó tres
intensos años a esta pastoral.
Tan apiadado estaba por los que malvivían en las
calles, niños y adultos, que en 1944 después de impartir un retiro y recibir
allí mismo las donaciones de las mujeres que le escucharon, fundó el Hogar de
Cristo. Diariamente recorría los suburbios para recoger a los pobres que
hallaba al paso.
En 1948 creó la Acción Sindical para acompañar a los
trabajadores. Así pensaba difundir la doctrina social de la Iglesia. En 1950 creó
la revista Mensaje para transmitir el pensamiento cristiano.
En mayo de 1952 sufrió un infarto pulmonar y le
diagnosticaron cáncer de páncreas. Su fiesta se celebra el 18 de agosto, el día
de su muerte en el año 1952.
Preguntas para dialogar:
¿Qué
aspectos de la vida de San Alberto Hurtado le llaman la atención? ¿Por qué?
¿Quiénes son los necesitados en su aldea? ¿Qué
podemos hacer juntos con ellos para mejorarles la vida?
ORACIÓN FINAL:
Se encuentra la
oración de San Alberto Hurtado en la página siguiente.
Oración
de San Alberto Hurtado, S.J.
Señor,
ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes
Y a
no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si
me das fortuna, no me quites la felicidad.
Si
me das fuerza, no me quites la razón.
Si
me das éxito, no me quites la humildad.
Si
me das humildad, no me quites la dignidad.
Ayúdame
siempre a ver el otro lado de la medalla.
No
me dejes inculpar de traición a los demás
por
no pensar como yo.
Enséñame
a querer a la gente como a mí mismo
y a
juzgarme como a los demás.
No
me dejes caer en el orgullo si triunfo,
ni
en la desesperación si fracaso.
Más
bien recuérdame que el fracaso
es
la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame
que perdonar es lo más grande del fuerte,
Y
que la venganza es la señal primitiva del débil.
Si
me quitas la fortuna, déjame la esperanza.
Si
me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar del fracaso.
Si
yo fallara a la gente, dame valor para disculparme.
Si
la gente fallara conmigo, dame valor para perdonar.
Señor,
si yo me olvido de Ti, no te olvides de mí.